Querido Mundo:
Te escribo esta carta para dejarte clara una cosa. He
vuelto, me uno de nuevo a la partida de ese juego al que llamas vida. Pero,
esta vez, soy fuerte; más fuerte de lo que puedes imaginar.
Escribiendo esto casi me puedo imaginar tu reacción
cuando lo leas: esa sonrisa fría y calculadora, la mirada voraz y ese
pensamiento cruzando tu mente: “Mi juguete ha vuelto”.
Y eso es lo que te voy a dejar claro, que ya no soy un
juguete. No soy el peón de tu partida de ajedrez, ese que solía ser. Ese que
sacrificabas una y otra vez, partida tras partida. Ahora soy la adversaria, la
que mueve las piezas.
Y sé que todos esos sacrificios y caídas han valido la
pena, solo ahora puedo verlo. He aprendido de ti, de tu avidez, de tu falta de
corazón. ¿He perdido el mío? Ni aunque quisiese. ¿Lo he invadido con ese odio
que te rodea? En absoluto. Porque hay una cosa que me lo impide, una cosa que
me envuelve, una cosa que me hace más
fuerte, una razón de ser. Y esa cosa son todas las personas a las que quiero y
que me quieren. Tal vez antes pudieses conmigo o, incluso ahora, a pesar de que
soy más fuerte. Pero no podrás con todos nosotros, no podrás ganarle una
partida de la vida a todos esos que se esfuerzan realmente en llegar a su
sueño. Somos mejores que tú.
Quiero que te alejes de mí de mi vida, esa que consideras
un juego.
Antes no eras así, antes no había problemas. Cuando era
una niña, jugabas conmigo, por diversión, no por el placer de verme perder.
Jugábamos a ese juego en el que no había ganadores ni perdedores. ¿Qué ha
cambiado? ¿Qué he hecho?
Antes... Antes. Antes yo no lo controlaba, porque no
había nada que controlar. Y ahora... no tiene por qué haberlo. De nuevo, puedo
adivinar tus gestos: Ojos abiertos como platos, con mirada estupefacta, la boca
torcida en una mueca. Y, en tu cabeza, un nuevo pensamiento, “He perdido”. ¿Me
equivoco?
No, no lo hago. Ese eres tú ahora, el vencido. Pero tú si
estás equivocado, porque ya no queda un juego en el que perder. Mi único
movimiento en esta partida de ajedrez es tirar el tablero de la mesa. No tengo
que enfrentarme a ti.
De hecho, empiezo a dudar que haya tenido que hacerlo
alguna vez. Porque tú no me controlas, yo te controlo a ti. Si no me preocupo
por ti, mi querido mundo... ¿Qué harás? ¿Dónde quedarás? Si no me centro en tus
efectos, como de pequeña, no producirás más.
Te has quedado hablando solo, jugando contigo mismo.
Espero que algún día, después de tu largo futuro de
reflexión en soledad, te acuerdes de mí. No como esa persona que te destrozó,
sino como esa niña con la que pasaste buenos ratos, como una amiga.
Pero, mientras no aprendas a respetar a todos los que se
interponen en tu camino, seremos simples conocidos. Porque ni siquiera tú,
mundo eres perfecto.
Y porque ahora todos lo saben, que están por encima de
ti. Que la solución a todos los problemas que les ocasionas está en sus manos.
Que nada puede detenerles.
Cordialmente: Mi nuevo yo.